Etiquetas

, , , ,

Hemos aprendido mucho en estas semanas, hemos compensado la distancia con nuevas estrategias y herramientas, hemos avanzado en nuestra labor docente y nuestros alumnos se han comprometido en una situación complicada, en lo personal y en lo académico. En esta situación excepcional, son muchas las cosas positivas que nos ha aportado la enseñanza telemática, una ventana al exterior para comunicarnos y mostrarnos a los demás.

Pero una ventana no es una puerta. Lo sabemos bien tras semanas y meses de confinamiento. En la enseñanza musical, en el aprendizaje de un instrumento, el uso exclusivo de estas herramientas telemáticas también puede atrofiar e incluso anular aspectos fundamentales de esta disciplina: observar a un alumno a través de algo subjetivo como una toma de vídeo nos limita la información sobre los mecanismos de su interpretación; extremadamente disminuida queda la percepción de las cualidades del sonido, lo esencial; mucho menos, incluso, queda del espacio compartido, el contacto necesario, el ejemplo y la respuesta inmediata, la convivencia en una misma acústica… lo sustancial.

Mientras paliamos las consecuencias de la ausencia de alumnos y profesores en las aulas de los conservatorios y escuelas de música, mientras nos reinventamos con innovación, iniciativa e imaginación y mientras la tecnología sigue estando a nuestro servicio, los músicos anhelamos dejar atrás esta excepcionalidad para volver lo antes posible a las aulas y evitar quedar coartados por lo que nunca debió sustituir lo que es natural e inherente a esta enseñanza. Volver, poco a poco y con garantías sanitarias, a la presencialidad: la “vieja” y la “nueva” normalidad.